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Salones

La sede del Real Casino de Tenerife es una edificación singular por diversos motivos, entre ellos, por albergar una prestigiosa institución socio-cultural que data de 1840 y por tanto cumple 180 años de existencia,  también  por su situación, ocupando la mejor manzana en la plaza principal de la ciudad y por la propia construcción, con una apariencia exterior en un estilo ecléctico de orden clasicista y por  un carácter más moderno en sus espacios interiores más significativos, en un  estilo que se ha denominado racionalista o funcionalista, estilo que era contrario a las decoraciones superfluas y defendía, como lema, que la forma sigue a la función.

La edificación actual se origina en un proceso de proyecto y construcción que se desarrolla entre 1929 y 1935, fue llevado a cabo por el arquitecto grancanario Miguel Martin Fernández de la Torre (1894-1980), figura destacada y capital en el desarrollo de la arquitectura canaria y autor también de la construcción del Real Club Náutico de Tenerife.

El actual edificio del Casino se construye por fases, entrando en uso algunas partes mientras se construía en otras y con un proyecto que se va modificando, ya que al proyecto inicial del año 1929 le sustituye otro en 1931.

El inmueble ocupa una manzana completa y se organiza con cuatro patios en el perímetro  del espacio central, donde se sitúan el hall y el salón de fiestas, ambos ámbitos de doble altura  y que constituyen las estancias más representativas del conjunto.

En el exterior de la edificación, se enfatizan las esquinas, respondiendo en general a un estilo pseudo-secesionista con fuerte manifestación clasicista patente en balconadas con columnatas dóricas en las dos fachadas principales

Con ser destacada, la organización del edificio, tanto en su funcionalidad como en su manifestación exterior con torreones, columnatas y recursos de todo tipo, el edificio ha sido reconocido, por la crítica especializada, por la  formalización y decoración interior, en la estética racionalista, de los espacios más significativos y que responde a un conjunto  de planos realizados por el  arquitecto alemán Richard E. Oppel (1887-1960), arquitecto que entró a formar parte del Estudio de Miguel Martin en julio de 1932, y que se convirtió posteriormente en su cuñado. Este conjunto de planos, datado en  mayo de  1933 y lo ejecutado según los mismos, fueron lógicamente encargados y dispuestos por Miguel Martin, aunque como se manifiesta en la relación de lo dibujado y lo realizado, Oppel contó con libertad para desarrollar su fuerte personalidad proyectual.

En 1933, el proyecto definitivo ya estaba formalizado desde 1931 e incluso construida  la mayor parte de la obra gruesa del edificio. La labor de Oppel consistió en diseñar los interiores de las zonas nobles  y la portada de acceso al inmueble.

Estos dibujos, característicamente oppelianos, son valiosos en sí mismos, y desarrollan  los diferentes elementos,  desde la portada,  que ya introduce un lenguaje diferenciador en la fachada, hasta el interior a través del gran hall, como vestíbulo-distribuidor, donde arranca la magnífica escalera principal, que conducirá,  iluminada y ventilada desde los patios de luz, a alcanzar, una vez sobrepasado el  entresuelo, el nivel del gran salón de fiestas, espacio este, que se iluminaba y ventilaba tanto lateral como cenitalmente. Hoy día estas condiciones están  modificadas al ejecutarse una nueva planta en la cubierta.

El amplio hall es un espacio estratégico, usado con sala de encuentros, distribuidor de comunicaciones, escaleras y ascensores,  disponiendo de una fuente y de un atractivo  cuadro mural del pintor gomero José  Aguiar (1895-1976)

Desde la escalera se accede al entresuelo como espacio que acota perimetralmente la doble altura del hall, enriqueciendo volumétricamente el conjunto, pero antes en un rellano de la escalera se encuentra un fascinante acceso a un salón de actos.

Este acceso es una delicadeza plástica con sus sutiles paredes de luminarias  rematadas en semicurva, que encorsetan el pequeño ámbito de paso a los salones, y que se ejecutó tal se plasmó en los planos.

En el siguiente nivel se sitúa el salón de fiestas, como hemos dicho, espacio central   de doble altura, de una composición y proporciones exactas, donde las medidas, la relación de huecos y macizos, los materiales, las pinturas y los acabados componen uno de los espacios más conseguidos de nuestro patrimonio arquitectónico. Es un escenario espacialmente rotundo, y especialmente diseñado para acoger las celebradas pinturas murales al óleo sobre lienzo de Néstor Martin Fernández de la Torre (1887-1938),  brillante figura en la plástica canaria y  hermano del arquitecto Miguel.

El crítico de arquitectura y renombrado arquitecto Oriol Bohigas (1), comenta que los espacios interiores del Casino representan uno de los mejores y más  significativos conjuntos interiores de los años treinta a nivel nacional, adictos al estilo centroeuropeo. Por su parte la Dra. Navarro Segura (2), destaca la concepción de la escalera y espacios circundantes dentro de la estética neoplástica y la influencia de la arquitectura japonesa.

El concepto de la iluminación aplicado en el Casino, es esencial en la formulación de los espacios interiores. La luz, tanto natural como artificial, se tamiza a través de un material de la época, el opal,  un  vidrio blanco y translucido que deja pasar la luz sin ser transparente, de forma y manera, que no se distingue lo que es luz natural o luz artificial, unificando así la iluminación, en una visión con cierta influencia de la arquitectura tradicional del Japón (a modo de los shojis y fusumas nipones), influencia que está muy presente en la arquitectura occidental en los años  veinte y treinta del siglo pasado. Este vidrio  opal, está patente en todos los elementos lumínicos, como son las abundantísimas luminarias cenitales y tipo techo,  en toda clase de espacios, además de apliques, hojas y huecos de puertas, ventanales de los patios, etc.

Además de la manifestación de la luz en la composición de los diferentes espacios, destacan los materiales empleados, mármoles de diversos colores, blanco, negro, granate, los metales,  aceros inoxidables, dorados, carpinterías de madera de caoba, acabados superficiales de paramentos, lisos y rugosos, todo ello de cuidado y excelente diseño. Especialmente interesantes son las composiciones de pavimentos de mármol de diferentes colores del hall y entresuelo, formando y jerarquizando los espacios, en un tratamiento de alfombrado genial dibujando enigmáticas figuras geométricas.

El edificio se inaugura en mayo de 1935, bajo la presidencia  crucial en la directiva de la sociedad de Faustino Martin Albertos (1896-1951). Posteriormente se han sucedido en la edificación, ampliaciones, ya comentadas y diversas reformas. En las últimas directivas, se ha procurado y creemos  conseguido, mantener los valores del edificio, promoviendo las actuaciones necesarias en la línea de su valoración como edificación racionalista (reforma de cafetería, sala de exposiciones, sótano, nuevas escaleras, etc.).

Por lo tanto, a la pregunta del título de este artículo, responderíamos que el edificio del Real Casino está vestido con un traje clásico pero alberga en su interior, a nuestro criterio, los mejores espacios racionalistas del estado español, espacios de una modernidad  sorprendente  que  merecen ser cuidados como si de una joya se tratara.

(1) Oriol Bohigas. Modernidad en la arquitectura de la España republicana. Tusquets editores, 1998. Primera edición: La arquitectura española de la segunda república. Tusquet Editores, 1970.

(2) María Isabel Navarro Segura. La Gaceta de Canarias. 29 de julio de 1990. Impresiones. Un espacio con una escalera. Richard E.von Oppel y el Casino de Tenerife

 

Artículo: Fernando Beautell Stroud, arquitecto.

 

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