Desde el mismo momento de su fundación, el Casino, haciendo honor a su primer nombre, Gabinete de Lectura y Recreo, tenía dos funciones principales que cumplir. Una: poner a disposición de sus socios un lugar donde reunirse para tertuliar y leer las publicaciones locales y las de la Península y extranjero que llegaban en los barcos que arribaban al puerto, y segunda: proporcionar a esos mismos socios y su familia actividades de recreo. Por eso, aparte de los juegos legales, el Casino organizaba frecuentes bailes. Cualquier acontecimiento era buen pretexto para ello: los homenajes a personajes importantes, durante todo el siglo XIX se celebraban con un baile de etiqueta que presidía el homenajeado, que tenía el honor de comenzarlo, bailando el primer rigodón formando pareja con la esposa del presidente del Casino.
De esta manera, pasaron por el Casino muchos generales que fueron parte activa de ese agitado y convulso siglo XIX español, entre los que podemos destacar a Jaime Ortega y Olleta, Manuel Gutiérrez de la Concha, marqués del Duero, este como invitado; Narciso Ametller y Cabrera, Juan Prim y Prats, conde de Reus y Valeriano Weyler Nicolau. Este artículo estará dedicado al primero de ellos y si fuera bien recibido continuaríamos la serie.
En la noche del 23 de marzo de 1854, el Casino de Santa Cruz vistió sus mejores galas para celebrar un baile de etiqueta en obsequio del Capitán General de Canarias, el mariscal de campo Jaime Ortega y Olleta. A las 10:30 horas llegó el homenajeado que fue recibido en la entrada por el presidente del Casino, Juan Manuel de Foronda, acompañado de una comisión de socios nombrada para la ocasión. El general, rodeado de la comisión de recepción, hizo su entrada en el salón de baile a los sones de una vibrante marcha militar. Allí le esperaban hasta 400 personas; entre ellas se encontraba el capitán general Manuel Gutiérrez de la Concha, marqués del Duero, que se encontraba desterrado en Santa Cruz al que una comisión de la directiva del Casino había visitado para invitarle expresamente, quizás por deseo del homenajeado porque no en vano había sido su jefe.
Pocos meses antes, el 21 de noviembre de 1853, el mariscal de campo Jaime Ortega y Olleta desembarcaba en Tenerife y pasaba a ser el segundo capitán general inquilino del Palacio de Carta, palacio que su antecesor, José María de la Viña, había alquilado, en enero de ese mismo año, para poder disponer de un edificio digno para una institución tan importante como la Capitanía General de Canarias; tenía sólo 38 años, una carrera fulgurante. Esa brillante carrera la había comenzado, cuando fue teniente, en el año 1838, interviniendo en la primera guerra carlista, y haciéndolo con tanto valor y acierto que fue condecorado con la laureada de San Fernando, sin embargo al terminar la guerra con el abrazo de Vergara, en 1840, se casó con una rica heredera, abandonó el Ejército y se dedicó a administrar sus bienes.
Pero esa inactividad en lo militar le duró poco. En 1843 se produce el levantamiento contra Espartero. Ortega, aunque retirado, tomó parte en el pronunciamiento y con su natural vehemencia recorrió los partidos de Calatayud, Tarazona, Borja, Daroca y las Cinco Villas, una de las cuales, Tauste, era su villa natal. Con paisanos de esas localidades formó una gran partida, de más de 2000 hombres y aguardó a servir de auxiliar al ejército que el gobierno envió a Zaragoza. Se presentó entonces a la cabeza de sus tropas ostentando las insignias de coronel e inmediatamente el ministerio de la Guerra lo reincorporó al Ejército y le confirmó en ese empleo. Poco después ascendió a brigadier.
En 1847, se produjo en Portugal una sublevación contra su reina María Gloria. Se creó entonces un cuerpo expedicionario español para acudir en su apoyo. El general en jefe fue el general Gutiérrez de la Concha y una de sus brigadas estaba mandada por el brigadier Jaime Ortega. Por esta campaña, de la Concha obtuvo el título de marqués del Duero y Ortega el ascenso a mariscal de campo.
Unos años más tarde, en 1853, Jaime Ortega es destinado a Canarias como capitán general y llega a Santa Cruz, como sabemos, el 21 de noviembre. No tardaría mucho en hacerlo también su antiguo jefe, el marqués del Duero. El malestar contra el conde de San Luis aumentaba entre el grupo de liberales que encabezaba O´Donnell y en el cual estaba de la Concha, que pertenecía al Senado por designación real desde 1845. En esa cámara pronunció un discurso explosivo en el que criticó con vehemencia las irregularidades en las concesiones de las líneas ferroviarias, cuya sombra de corrupción llegaba hasta la madre de la reina, María Cristina, y su marido, el marqués de Riansares, se mostró muy duro y defendió la necesidad de recuperar la moralidad pública. La consecuencia de este discurso fue el destierro de todo el grupo de generales enfrentados con el gobierno. De la Concha llegó a Tenerife en los primeros días de enero de 1854.
Pasadas las dos primeras horas de baile, había que reponer fuerzas y el presidente condujo a su invitado hasta el ambigú. Concluido el refrigerio, llegó el obligado momento de los brindis. Como era costumbre los brindis corrían a cargo de algún poeta que en aquellos románticos años abundaban. En esa noche, era Fernando Final el encargado de realizarlos y fiel a las pautas de idealización de la mujer que marcaba el Romanticismo, levantó su copa y dedicó su primer brindis “A las bellas”, con un poema de ese título que terminaba así:
Por vosotras hermosas brindo ahora
Por vosotras, bellísimas mujeres
Aplaudido a rabiar el juvenil y ardiente Fernando Final elevó de nuevo su copa para brindar por el general con otro poema en el que lo elevaba a la categoría del sol de la Nivaria, el sol de Tenerife:
Por el sol de la Nivaria brindo
Brindo, señores, por don Jaime Ortega
Pero además le dedicó también un soneto que bellamente impreso había circulado entre los asistentes al baile y los dos tercetos de ese soneto explican el porqué del homenaje de esa noche a Ortega
Es porque Ortega en venturoso día
Viendo a las islas viudas solitarias
Desplegó en su favor tanta energía.
Que llegando hasta el Trono sus plegarias
Nuestra Isabel siempre adorada envía
Paz, unión y bienestar a las Canarias.
La energía desplegada por Ortega la empleó en conseguir la derogación del Real Decreto de 17 de marzo de 1852. Por ese decreto la provincia quedó divida en dos distritos y en cada uno de ellos un subgobernador que debería entenderse directamente con el Gobierno Supremo. Ortega a poco de llegar a Canarias constató que la división administrativa no había logrado lo que pretendía, la paz social entre islas occidentales y orientales, sino más bien todo lo contrario. Con esa derogación Jaime Ortega fue designado gobernador en comisión de la provincia de Canarias.
Ortega siguió derrochando energía intentando mejorar la situación de las islas. José Desiré Dugour en su Historia de Santa Cruz de Tenerife, comenta: «El vecindario de esta población le es acreedor de un especial reconocimiento al general Jaime Ortega, a su iniciativa se debe el estado actual del Camino de los Coches,(Actuales Ramblas) preciosa alameda que hizo empalmar con la carretera de ronda. A su incansable actividad se debe los primeros pasos de la red de carreteras que ponen en comunicación las principales poblaciones de esta isla. En algún caso fue apoyado por su antiguo jefe el marqués del Duero». El 16 de mayo de 1854, El Noticioso de Canarias publicaba el siguiente suelto bajo el título El Jardín Botánico: «Entre las importantes mejoras que el activo celo del Exmo. Sr. Gobernador Civil D. Jaime Ortega, se halla realizando en bien del país, es una la de hacer que el Jardín de aclimatación de la villa de la Orotava llene el importante objeto con que fue creado. Para ello era preciso ante todo, conducir a él las aguas necesarias para los cultivos, y con el propósito de costear la atarjea que habrá de construirse con este fin se ha promovido por S. E. una suscripción voluntaria en la que figuran ya varias personas notables, y entre ellas el Exmo. Sr. Marques del Duero que, conducido á nuestras aisladas rocas por las vicisitudes políticas, añade ésta a las muchas pruebas que está dando del vivo interés que le ha inspirado la prosperidad de nuestro pobre país. La suscripción es de esperar corresponda a los deseos y propósito del Exmo. Sr. Gobernador, y las islas contarán este recuerdo mas entre los de grata memoria que dejará su administración. Entre esas pruebas de vivo interés del marqués del Duero están los asesoramientos que hacía en materia de agricultura, porque no en vano era también uno de los más importantes empresarios agrícolas de España».
Pero eso fue por poco tiempo. Como en todo el siglo XIX español, los acontecimientos se precipitan con una velocidad vertiginosa. A finales de junio, el 26, se produce la Vicalvarada, encabezada por O´Donell, y dos días después el 28, 30 militares, generales, brigadieres, coroneles y jefes firman un documento dirigido a la reina que se conoce como el Manifiesto de Alcalá. De esos 30, tres de ellos eran canarios, de Tenerife, el propio O´Donell que firmó el primero, el brigadier Juan Moriarty y Delgado y el coronel y diputado en cortes Domingo Verdugo y Massieu.
El documento es una fuerte denuncia contra la corrupción del gobierno del conde de San Luis: “No han concedido ninguna línea de ferrocarril sin que hayan percibido antes alguna crecida subvención, ni han despachado ningún expediente sin que hayan tomado para si alguna suma”. A los pocos días el 7 de Julio, un nuevo manifiesto el de Manzanares, redactado por Cánovas del Castillo y firmado por O´Donell como jefe del Ejército Constitucional, acabaría por hacer dimitir al conde de San Luis, que tuvo que huir a toda prisa para no ser capturado por las enfurecidas masas de Madrid.
El general Ortega que había sido nombrado capitán general por el gobierno de San Luis fue pronto cesado por el nuevo de Espartero y O´Donnell. Salió de Santa Cruz la tarde del día 22 de agosto, su despedida fue solo comparable a la que 29 años más tarde se le dio a Valeriano Weyler.
Sabiendo que no iba a ser bien recibido se fue directamente a su tierra y de allí se exilió a Francia. Hombre simpático, elegante y de porte aristocrático, trabó amistad con lo más distinguido de Paris, entre ellos Napoleón III, su esposa la emperatriz Eugenia y el conde de Montemolín, pretendiente carlista al trono de España.
En 1859, Ortega -que había regresado acogiéndose a una amnistía-, fue nombrado capitán general de Baleares. Las amistades adquiridas en París y al parecer su gran repulsa al fusilamiento de la madre del general carlista Cabrera le llevaron a participar en una gran conspiración, auspiciada por el famoso banquero José de Salamanca, que pretendía instaurar como rey de España bajo el nombre de Carlos VI al conde de Montemolín, aprovechando el momento en que O´Donnell y Prim como grandes triunfadores estaban volcados hacia la guerra con Marruecos. El 1 de abril de 1860, Jaime Ortega, en compañía del que pretendía ser Carlos VI y el infante don Fernando, embarcó en Palma con 4.000 hombres y arribó al puerto de los Alfaques, en San Carlos de la Rápita. Dos días después cuando Ortega arengaba a sus tropas éstas contestaron con vivas a la Reina. Tuvo que escapar a uña de caballo, se dirigió a Aragón en busca de ayuda y en Calanda fue hecho prisionero por la Guardia Civil. Trasladado a Tortosa fue condenado a muerte.
El 18 de abril a las tres de la tarde tuvo lugar su fusilamiento en un multitudinario acto público. Benito Pérez Galdós lo relata magistralmente en su Episodio Nacional: Carlos VI en La Rápita. Pidió vestir el uniforme militar pero no se lo permitieron, porque ya había sido expulsado del Ejército. Hombre arrogante y presumido hizo entonces que le confeccionaran para ese momento un elegante terno negro con pantalón de montar y bota alta. Quiso, como Diego de León, dar la orden de fuego al pelotón de ejecución pero tampoco se lo consintieron.
Se había consumado la gran paradoja. Jaime Ortega y Olleta: laureado como liberal, fusilado como carlista.
* José Manuel Padilla Barrera, bibliotecario del RCT