Artículo escrito por José Manuel Padilla Barrera, bibliotecario del RCT, y publicado en el periódico El Día, el martes 1 de noviembre de 2022
Algo se muere en el alma, cuando un amigo se va. Ese vacío que deja el amigo que se va, es como un pozo sin fondo que no se puede llenar. Así reza la conocida canción y refleja exactamente el sentimiento que me quedó en el alma cuando hoy hace un mes, domingo por la tarde, me llegó un lacónico mensaje: Ha muerto Joaquín Ruiz Rumeu.
Nos habíamos visto muy pocos días antes en el Casino, Joaquín era un empedernido lector y quizás el más habitual usuario de su biblioteca, un hombre con una inmensa cultura de la que jamás presumía, de hecho a pesar de su indudable valía, siempre modesto, trabajaba para ser lo más, sin que se notase, aparentando lo menos.
Nuestra amistad es relativamente reciente, no por ello menos firme, nos conocimos cuando un amigo común, también tristemente desaparecido, Juan José Arencibia, nos convocó a ambos para integrar la plancha que presidió Miguel Cabrera Pérez-Camacho en las elecciones a la presidencia del Casino en 2017.
Durante cuatro años hemos sido compañeros en la Junta Directiva, lo que me ha permitido conocer de cerca y admirar su forma de trabajar, dedicando muchas horas diarias a su labor, consiguiendo además entre el personal de administración que con él trabajaba un gran respeto y un no menor aprecio.
Su relación con el Real Casino viene de muy antiguo, viene de familia, su bisabuelo Arturo Ballester y Martínez-Ocampo fue director, entonces se llamaba así, del Casino desde 1908 a 1914, ambos inclusive, renovando su cargo anualmente en las asambleas generales que se celebraban a finales de diciembre.
Su padre, militar, vino destinado a Tenerife y fue uno de los primeros socios que residieron en las habitaciones que entonces tenía el Casino. Y es en ese Casino donde el vacío que decía la canción se hace notar especialmente. Hay una frase feliz que define al Casino de Tenerife como el casino de los caballeros, y sin duda ninguna, él era el epítome de esa caballerosidad.
Su currículo es muy extenso, hago un pequeño resumen: Joaquín era Licenciado en Económicas, por la Universidad de Málaga, en la que hubo de matricularse al no poderse cursar todavía en La Laguna pero, además, por la circunstancia de que por herencia paterna familiar tenían una Hacienda en San Javier de Churriana (entre Málaga y Torremolinos) en la que vivía, permanentemente, su tío Joaquín Ruiz de la Reina, que era conocida como Hacienda San Javier, típico ejemplo de las haciendas de recreo de la nobleza malagueña de los siglos XVIII y XIX, en la que hay especies botánicas únicas en Europa debidamente catalogadas y como nota curiosa ya en los años 50 se cultivaban aguacates.
Fue Gerente de la Asociación Provincial de Consignatarios (finales 70/80) coincidiendo con el cambio de modelo de las relaciones laborales en el ámbito portuario y tuvo una participación muy activa en esas negociaciones. Fue también Director General de firmas del sector del automóvil (Aucasa; Imdicasa) concesionarios de las conocidas marcas Honda y Rover. Consejero Delegado de la Sociedad de Fomento e Inversiones de Tenerife SA, empresa pública del Cabildo de Tenerife. Participó en la política como responsable de dos campañas electorales para el partido UCD.
Paradójicamente, Joaquín murió en el paraíso, murió cortando el césped en lo que él llamaba su paraíso, su casa, en Guamasa, con jardín y pequeño huerto, al que definía como un ecosistema, la que había creado con su inseparable Toya, María Victoria Guimerá Mora, cuando se casó con ella y su boda, cómo no, se celebró en el Casino. Formaron una familia, una familia feliz, con dos hijas: María Victoria, más conocida como Pelusa, y Alicia; ambas les han dado cinco nietos, dos chicas y tres varones, dos de ellos mellizos.
Decía una familia feliz, y así es. Joaquín se consideraba un hombre feliz, había conseguido lo que pretendía en su vida y tenía a su lado a su amada Toya. Sabía que su corazón no funcionaba como debía, lo aceptó y vivió este último año disfrutando de cada segundo con su familia. Se puso en manos de Dios. Y Dios se lo ha llevado.